Aquí me crié. Entre huertos, almendros, viñedos y hormigas.
Un pequeño pueblo cerca de Vilafranca del Penedes y que en los últimos veinte años ha aumentado su población en 50 nuevos habitantes. Ahora son cerca de 70.
Cuando era pequeña nos contábamos por familias. Cuatro en total para cuando tenia 7 años. La familia del colmado, la de la peluquería, la del taxista/mecánico, y nosotros, los del huerto.
Una vez al año, la familia nos reunimos en el pueblo. Como hoy.
Y como cada año, a la vuelta, vengo de lo mas tontorrona de nostalgia y melancolía.
Son tantos recuerdos los que tengo de cuando vivía allí.
Pero lo especial es que todos, incluso los malos, son tan buenos.
Eramos 4 personas para una casita de apenas 20 m2 que mi padre levanto ladrillo a ladrillo con mi madre embarazada de mi hermano. Una parcelita de tierra árida de unos 60 m2 en la cima de una colina, con pozo, porque no llegaba el agua corriente, y dos pinos que siguen allí. Uno para cuando nació mi hermano, otro para cuando yo llegue. Cocina camping-gas, dos literas, y lo que mi abuelo defendía orgulloso como una supuesta chimenea para calentar las cuatro paredes, y el agua para la ducha.
Los inviernos eran muy duros. Y la sopa de tomillo nunca faltaba en las cenas.
Cuando ni la sopa nos quitaba el frío, bajábamos a casa de los abuelos. Cuantos olores me vuelven de repente a la cabeza; la leña ardiendo en la chimenea de la cocina, el jabón casero de marsella en pastilla, el guiso de mi tía abuela, el olor a mimbre del sofá, incluso puedo sentir el frió de la encimera en la palma de mi mano, y el peculiar y consistente ruido de los platos, hechos de un cristal color marrón. También me acuerdo del picor de la ropa de lana que mi abuela nos tejía.
Pero si en invierno faltaba calor, en verano pasábamos los días deseando que llegara el invierno.
Cambiábamos la sopa por el gazpacho, y la ducha por la manguera del huerto.
Iba todo el día con la bici pegada al culo, y yo, pegada al culo de mi hermano.
Para comer, nos reuníamos en el huerto, y luego, siesta a la sombra del primer almendro que pillaras cerca cuando te daba el sueño.
No sabría decir si, de todo aquello, lo que queda hoy en día es demasiado poco o demasiado viejo.
La casa de mis abuelos, que fue de sus padres antes, y de sus abuelos primero, ya no queda ni el numero de la calle, y en su lugar, levantaron cinco casas adosadas unifamiliares.
El huerto, bueno, sigue teniendo sus almendros, y para setiembre tocara subir y recoger fruto. Pero solo es eso, un huerto de almendros que apenas dan sombra, entre casas y apartamentos.
De nuestra choza quedan tres de las cuatro paredes. La que falta, es actualmente una brecha de 2x2 , que los hijos de las nuevas familias usan para entrar y salir a sus anchas sin importarles que una vez eso fue un hogar.
Lo bueno, y lo que no puedo negar, es que hay cosas que no se olvidan.
Que jamas se podrán olvidar. Por mucho que pase el tiempo.
Los caracoles siguen invadiendo el huerto, y mi tío, sigue hasta las narices de ellos.
Lo mejor contra el calor, ha vuelto a ser la manguera.
Las almendras, tan crudas como siempre para esta época.
El agua corriente no llega hasta la colina. Ni la luz.
Y sigue creciendo tomillo para la sopa.
No me queda otra que admitirlo. Por mucho que me pese o se ofenda mi estúpido orgullo.
Me ha vencido la realidad.
Y no hablo de evidencias. Sino de razones.
De esos pensamientos que te invaden cuando estas sola.
Hablo de esos sentimientos que nacen en tu interior cuando eres capaz de ser sincera contigo misma, y que a veces, dan puro pánico .
Es complicado explicarse. Sobretodo cuando manda el corazón. El muy canalla no da a razones, sino a sentidos.
Veintisiete años para descubrir que nunca se sabe nada del todo. Y que para cuando lo sabes, ese todo, vuelve a cambiar.
La vida es inestable, pero nos empeñamos en hacer de ella algo lógico y equilibrado. Supongo que por seguridad. Mejor dicho, por necesidad de sentirnos seguros
¿ Y cuando no hay nada que te de seguridad ?¿ Cuando no puedes confiar en nada para sentirte seguro?
El amor, demasiado volátil.
La familia, excesivamente complicada.
Los amigos, mejor sin abusar.
A veces me planteo, muy seriamente, si vale la pena seguir perdiendo el tiempo. Porque eso es lo que cuenta, ¿no?, el tiempo.
Hace tanto que dejo de pasar para mi el tiempo.
Cuando no hay medidas a las que ceñirse, no hay problemas que duren suficiente. Todo lo contrario.
Hasta la cosa mas básica, se vuelve algo irrepetible, único.
Una mirada. Un pensamiento. Una emoción. Una palabra.
Hasta un simple suspiro, es motivo de sobras para sentir alegría.
Porque de eso se trata, ¿no?, de sentir.
Hace tanto que deje de sentir.
Sin medidas de tiempo ni sentimientos que contar, creerás que no hay nada mas. No cometas ese error.
Incluso cuando estas muerto, eres algo.
Incluso cuando sabes que dos mas dos son cuatro, puedes comprender que también sean tres.
Pero esa es otra historia de la que tampoco aprenderemos nunca.
Porque el ser humano no es tan inteligente como se dice, te lo aseguro.
Si bien las mismas dudas se repiten generación tras generación, respuestas incompletas, sino banales, es lo único que heredamos.
Mi abuela decía que los humanos somos peces condenados a mordernos la cola.
Si estuviera aquí, también diría que me dejara de tonterías y cogiera el toro por los cuernos.
Mi profesora de historia diría que solo aprendemos de la historia que nunca aprendemos de la historia.
Si pudiera leer esto, me recordaría que el hombre es el único animal que tropieza, como mínimo, dos veces con la misma piedra.
Si fuera tan sencillo como tropezar. Si solo fuera cuestión de levantarse.
¿ Por que no quedarnos en el suelo?
Las cosas se ven mas de cerca. Mas cercanas.
Y la de cicatrices que nos ahorrábamos.
Para mi, eso es la vida. Te lanzas, tropiezas, te hieres, y cicatrizas. Una vez tras otra. Cicatriz sobre cicatriz.
Lo curioso es que no es la herida lo que duele. Y lo que realmente perdura es el miedo a sentir de nuevo ese dolor.
"La letra con sangre entra" decía mi abuelo.
" Avi (abuelo), ¿por que en toda su historia el hombre ha sido incapaz de aprender a saltar ? " le preguntaría.
Pues, eterna, ignorante, patosa, y malherida, pretendo coger un toro sin cuernos.
Que estupidez mas insensata, o, que insensatez mas estúpida, pensaras.
Pero recuerda; el orden de los factores no altera el producto. Y un producto puede tener varios o múltiples factores. Que lo que importa es herirse, el como ya es otra historia a gusto de cada uno.
Y la manera de curarse, también.
"Mas vale prevenir, que curar" añadiría mi madre.
¿ Te cuento un secreto? He aprendido a saltar. A saltar" pa´ lante", "pa´ tras", y "pa´ los laos" .
Porque lo importante es eso, ¿no?, aprender.
¿Te has preguntado alguna vez, que es lo que realmente se aprende de tropezar?. Yo si.
Y por eso, decidí dejar de morderme la cola, pero sin quitarle el ojo de encima.
Porque comprendí que solo necesitaba aprender de lo ocurrido que nunca nada ocurre ni dos veces ni de igual manera.
Que es tan importante no caer como saber levantarse.
Que incluso prevenir, tiene sus efectos secundarios.
Que da igual lo alto o lo lejos que consigas saltar, porque tarde o temprano te encontraras con un precipicio. Y solo al bajarlo, y volver a subirlo, podrás dejarlo atrás.
Que si te hieres, y sangras, y te duele, es porque estas vivo.
Al final de cada historia, bajo cada piedra, después de cada salto, en cada cornada, y siempre que te levantas, lo único que te queda es escribir una nueva historia, ver venir la próxima piedra, ajustar mejor tu salto, salir de delante del toro, y con suerte, prevenir la caída.
El lujo de sentir, vendrá con el tiempo.
Ego Defectuoso
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